El trabajo del editor es un poco como el de los técnicos de sonido, cuando se realiza bien nadie se acuerda de ellos, pero cuidado con que algo se oiga mal, todos se acordarán de sus madres.
Parece ser que pocas cosas realmente me hacen sentir «feliz», o así me lo hacen saber. Uno de los motivos que me hace feliz es cuando veo que el fruto de mi esfuerzo ha merecido la pena. La última alegría, en esta pésima época personal y general, tiene mucho que ver con Underbrain Books. La editorial que creé hace cosa de año y medio.
Siempre me he volcado en ayudar a los demás, editar en cierto sentido se parece mucho a eso.
Desde que me lancé a editar mi cabeza empezó a girar en un nuevo sentido, veía la posibilidad de ayudar a muchos autores y artistas con potencial que con un pequeño empujón podían conseguir grandes cosas. Mucho antes de que los primeros libros de la editorial viesen la luz, vi por Internet unos dibujos de casualidad, su estilo me encantó, así que escribí a su autor, Fran Fernández, para interesarme por su trabajo. En menos de un mes ya estábamos hablando del proyecto y exactamente un año, seis meses y un día después del primer contacto, el proyecto, que es un cómic, Desastre, me llegan las copias impresas al estudio.
El placer de editar se resume en abrir la caja, coger uno de los ejemplares y ojear sus páginas por primera vez.
Cada título de la editorial es para mí un proyecto especial, pero con Desastre, en concreto, le tengo un poco más de aprecio. Porque, y espero que no suene descabellado, si no hubiese entrado en contacto con el autor ese 26 de marzo del 2012 por Facebook, hoy este fantástico cómic tal vez no hubiese existido nunca.